22.3.11

Una nueva función del inconciente: Traicionar

Y cuando parecía que todo estaba encaminado, se puso el pijama, apagó la PC, ordenó meticulosamente su ropa para el día siguiente y se dispuso a dormir.
Todo iba bien, hasta que un terrorífico sueño, de esos que más que sueños son pesadillas, la sorprendió en medio de la noche.
La sorprendió uno de esos sueños que hacen que quieras echar marcha atrás y advertirte a ti mismo de NO poner toda la voluntad que pusiste en construir algo, si luego algo tan horrible te iba a perturbar la esencia. Es decir, por ejemplo, cuando te roban o pierdes algo preciado, trabajas mentalmente por aceptar la falta de ese objeto que tanto significaba (cualquier sea este dependiendo las prioridades de cada uno, quizás un celular o una joya preciosa de significado especial). Trabajas tanto mentalmente y pones tanta voluntad en aceptar su pérdida que pareces saborear la meta, saborear ese final feliz de la aceptación final que se ve allí en el horizonte, no muy lejos. Por que esta claro que la cadena post-angustia siempre fue, es y será: El hecho que causó la angustia en sí - Caer en la cuenta de la pérdida - voluntad de aceptación - Aceptación final - disminución del dolor - Olvido (parcial, pero con el que al fin y al cabo se puede vivir feliz).
Este sueño o pesadilla la sorprendió tanto, durante la madrugada de un martes, que realmente tiró a la basura todo el esfuerzo hecho para aceptar la pérdida, que había estado haciendo.
Se levantó sobresaltada por el sonido de su celular, segura de haber escuchado un mensaje de texto de su novio. Convencida de que acababan de venir de una hermosa salida de domingo a la tarde y que el estaba enviándole un mensaje, diciéndole lo hermoso que la había pasado y lo feliz que era junto a ella.
Fue todo tan real que no había dudas de nada. Trastabillando entre sábanas, tomó el celular, lo miró fijamente y, sin encontrar rastros de mensaje alguno, se refregó los ojos y volvió a buscar. No encontró nada. Estaba segura de que un mensaje le había llegado. Quiso enviarle un mensaje para ponerse al tanto, pensando que podía haberlo borrado por equivocación, y fue ahí cuando cayó en la cuenta de que no existía ningún contacto en su agenda telefónica con el nombre de su amor. Ni uno. Ni siquiera algún otro de nombre parecido, ni nada por el estilo.
Todo rápido vino a su mente.
No había, efectivamente, ningún contacto con el nombre de su amor. En efecto, tampoco había ningún mensaje de texto. Siguiendo esta línea de conclusiones, no había habido ninguna hermosa salida de domingo a la tarde. De hecho, era martes a la madrugada y mañana habría que ir a trabajar: sin ganas, sin mensajes de texto amorosos y sin amor.
La mente le había jugado el peor de los trucos: El espejismo. Levantarse creyendo que todo por lo que sufrió tanto, nunca pasó y rápidamente caer en la cuentas de que sí pasó, es más doloroso que nada.
Más doloroso que aceptar una derrota, que ser cornuda, que el propio rompimiento en sí. Ahora tenía que empezar todo como si fuera de nuevo. Todo el duelo de nuevo. Todo el dolor de nuevo. La desilusión en el 100%, de nuevo.
Se paró y, entre lágrimas matutinas y su cepillo de dientes, pensó en lo poco que valía la pena siquiera molestar a sus amigos. ¿Para que tantas viejas historias que ya habían escuchado? Le querrían presentar gordos, fracasados y pelados que ocuparan un lugar que no podrían ni en sueños y, hasta quizás ignorarían su lamento boliviano. O peor... le tendrían lástima.
Seguido de eso pensó que la falta de comida estaba destrozando su humor y esto lo único que haría era terminar de quebrarla, pero lamentablemente había que ir a trabajar y a seguir la rutina con la peor cara de zombi.

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