Sufro de una enfermedad terrible. No se si es así como lo puedo calificar, pero es realmente algo insoportable.
Extraño mis viejos tiempos de cólera, dónde me descargaba con cuanto bicho con vida pasaba por enfrente. Cuando hacía aquellos planteos interminables, tediosos e innecesarios, que le sacaban las ganas de joder a cualquiera. Todo era un problema, todo era una queja (aunque esto quizás no lo perdí tanto). Quiero volver a aquellas épocas dónde gritaba cuando discutía, aún sin siquiera tener un punto de pelea coherente. Quiero que vuelvan esas épocas dónde lloraba muchísimo en la cara de alguien, sin vergüenza, y me enojaba con la vida, deprimiéndome semanas...
Ilógico, ¿no? Si yo también pensé: Qué ilógica, incoherente, gata flora de porquería... Pero después de meditar me dije: Era una mal criada, una inmadura, una simple pendeja que sufría del mito del narciso, pero si había algo que sabía hacer bien era descargarme. Gritaba sin sentido, me peleaba con la gente (más que ahora), me enojaba por cualquier cosa, pero les puedo asegurar que vivía sin éste peso. El peso de no decir lo que te angustia, por más estúpido que fuera.
Desde que muchas personas me comenzaron a decir que mi actitud era infantil, insoportable y que con esa postura alejaría a todas las personas que quisiera cerca, comencé a cambiar... Y aquí estoy.
He cambiado, ya hace tiempo. No solo por aquellos que me lo han dicho de buena fe, sino también por aquellos que quiero conservar cerca, esas personas a las que no quiero perder por un capricho o una pelea.
Hoy soy una mujer que mide más la situación antes de pelear (aunque a veces me saquen de quicio, les juro! que tengo justificativos, a diferencia de antes). Soy una mujer que no busca ir al choque. Una mujer que dejo de decir todo tan de frente, para no generar esos roces tajantes que generaba antes. Soy una persona que redujo su nivel de histeria en un 50% (Cuando estaba en un 100%). Soy ese tipo de personas que gusta de estar acompañada y hace lo posible para agradar a los demás (con mi manera de ser medio llamativa y ácida, pero siempre esforzándome). Mido situaciones, me pongo en el lugar del otro, me miro en el espejo, viéndome igual que todos los demás... Terminé siendo una persona más normal.
Así me aconsejaron que fuera, "más normal".
Personas que, tan amablemente me pidieron que cambie:
¿Así era ser más normal?
"Te vas a sentir más alegre, menos molesta. Reducir las peleas y enojos reduce el mal humor. Si te calmas vas a ver como la vida te sonríe", me dijeron.
Y yo, obviamente, les creí. Si ellos eran tan así, tal y como acabo de describir, y parecían felices. De hecho eran felices.
Daniela emprendió su cambio. Y como todo proceso tuvo sus complicaciones, pero no importa que fue lo que pasó o no pasó. Daniela lo logró.
Aquí estoy hoy... más normal. Tengo mis ataques, de manera discontinua y espontáneamente graduales, pero soy normal. Pero, la verdad... es que siendo más normal, me siento enferma. Todo lo que era. Ésa persona intolerable era quien yo era y era la expresión máxima de mi personalidad. La que me dejaba gritar, pelear, sonreír, llorar, enojarme y, por sobre todo, desahogarme. Hoy no lo puedo hacer.
Soy una persona más normal. Las personas más normales no gritan como yo gritaba, no lloran, como yo lloraban, no pelean como yo peleaba. O quizás si... pero de algo estoy segura. No sonreía como yo sonreía.
Hoy no me puedo desahogar. Era tan poco normal, que la única forma que mi mente encontró de volverme más normal, fue simplemente desarrollando la técnica de meter la basura que barrió la escoba, debajo de la alfombra.
Ahora hay tanta basura abajo de la alfombra que me doy cuenta, cuan triste soy realmente. Tan triste y tan normal, que cuando algo me enoja mucho, tengo dos segundos de furia y luego, ¡ya está!. Es reprimido. Me permito unos momentos de euforia y luego, tiendo a callarlo todo. El mal trato de un compañero de trabajo (o varios), el desinterés de un padre, causarle vergüenza a un hermano, no serle suficiente a un novio, lo que fuera.
Todo es asimilado, la angustia invade el cuerpo un segundo. La mente piensa: "Ser más normal, la vida es dura, ¡adelante!". El cuerpo trata de ignorarlo.
El enojo y la angustia continúan, pero acabo de convertirme en alguien más normal. El enojo y la angustia continúan, pero el cuerpo no puede expresarlo (al menos frente a esa persona).
Sí, iré y me esconderé en el primer agujero que encuentre (sea esta el baño de la oficina, el cuarto, donde fuese) y lloraré controladamente. Como una persona normal. Luego, saldré a la vida, y le sonreiré a esa persona, pensando que si llegara a expresarle algo de todo lo que siento, sólo podría causar alguna pelea, discusión o, el simple hecho de tener que expresar eso tan doloroso que guardas.
Da vergüenza expresarle a un hermano la verdad: "Siento que vos sentís vergüenza de mi". A un novio: "Siento que no soy suficiente para vos".
Trae al llanto y, eso, a más vergüenza.
Por eso sólo lo dejo ir... El cuerpo se angustia y enoja, pero no lo demostramos. Le sonreímos al hermano, le besamos la frente y nos vamos pensando: "Ya se me va a pasar esta angustia del pecho, prefiero que se me pase la angustia en unas horas, antes que tener que decirle las cosas que siento. Es muy complicado de explicar".
Perdiendo personalidad.... o, mejor dicho, extrañando personalidad ya perdida.
Y yo que quería ser normal.
[Nota: para todo aquél que este leyendo y piense: No cambiaste nada! A esas personas quiero decirles, amablemente: Gente, antes era peor.]