8.8.10

Vitácora de una mujer abandonada


Es increíble como podes acostumbrarte a la ausencia de una persona que en principio parecía ser todo. Pasó el tiempo y... simplemente, te acostumbraste, al punto de ya ni siquiera acordarte que existe.
Sufriste un día, sufriste dos, sufriste un mes, sufriste un año... y de pronto ya no sufriste más.
Alguien más ocupó su lugar o, quizás, solamente aprendiste a reducir ese hueco al mínimo, convirtiéndolo en una pequeña fuga de luz casi imperceptible.
Saber que tenemos el poder de manejar esa capacidad, si nos lo proponemos, es triunfo asegurado.
Ese domingo te estabas yendo... y yo estallé en llanto. Lloré toda la madrugada y me levanté para ir a trabajar con los ojos desorbitados. Sin encontrar otra opción, caminé por el centro, como todos los demás días de mi apestosa vida y me dediqué a cumplir con todas mis obligaciones del día. Pasaron los días, los meses. Noches y días transcurrían empapados de la más perfecta monotonía.
Llegada aquella noche, camino a mi casa, paré en un kiosco para comprar cigarrillos. Estaba fumando mucho más que antes, “debía ser la ansiedad”, pensé. Una vez ya en mi casa, me desvestí con el mayor desgano. La ropa caía sobre el piso, sabiendo que quedaría ahí por un buen tiempo. Mis manos sin vitalidad alguna, tomaban y dejaban cosas sobre sus respectivos lugares. Mis ojos pestañeaban y mi garganta seguía tragando saliva. Todo mi cuerpo respondía a sus funciones naturales, pero yo no lo percibía.
Me dirigí a la cocina, me sentía exhausta y no sabía por que. Me hice un té y por mi torpeza hice caer la pava y me quemé la mano. 
Parecía no haberlo notado, pues mi indiferencia era tal que mi mano dolía garrafalmente, pero mi cuerpo no tuvo reacción mayor que mojarla un poco e ir al baño por un poco de gasa. Ni un grito, ni un gesto exagerado del cuerpo. Estaba más muerta que viva.
Cuando entré al baño y abrí el botiquín, me encontré con una crema de afeitar. "Hace cuanto estará esta crema acá" "Hace cuanto que no abro el botiquín". Instantáneamente comencé a llorar. Podría tirar la crema tranquilamente, ya no me hacía falta. El se había ido. Y la crema no. Al igual que yo. Ambas seguíamos allí.
En un segundo mi llanto se vio interrumpido por la lluvia. El tragaluz del baño hacía demasiado ruido cuando la lluvia era fuerte. Mis ojos débilmente alzaron su mirada hacia el vidrio. Llovía torrencialmente: “Un perfecto escenario para mi situación”, pensé. Me levanté y me encerré en el cuarto. A pesar de haber explotado en llanto, no tuve el valor de tirar la crema y me había olvidado completamente de la venda para mi mano.
Recosté mi cabeza sobre la almohada y comencé a esforzarme por conciliar el sueño, pero no me fue posible en las primeras dos horas. Cuando me di por vencido, analicé la situación en la que me encontraba: no podía dormir, no quería pensar en eso que tanto me acongojaba, me tendría que levantar en breves horas y me encontraba demasiado afligida siquiera para ver la televisión, así que opté por realizar una lista mental de las cosas que debía comprar en el almacén al día siguiente.




El ruido del teléfono estaba haciendo explotar los oídos de todo ese pequeño y viejo edificio remodelado de almagro, o al menos así lo sentía yo. No paraba de sonar y lo hacía cada vez más fuerte. Fue en ese momento que me di cuenta de que me había dormida. “¡Que injusto! Cuando haces el esfuerzo de dormir para no seguir pensando sobre algo angustiante, no logras dormirte, pero cuando comienzas a aprovechar tu insomnio como por ejemplo haciendo la lista del super, te quedas completa y profundamente dormido”.
El teléfono seguía sonando… No habían llamado más de una vez, pero lo que normalmente son un par de campanadas, durante la madrugada se transformaban en miles.
Con gran esfuerzo me estiré y levanté el tubo. “Hola” dije, con mi voz ronca. “Hola”. Respondieron.
De pronto sentí como un hilo de sudor helado me recorría la espalda. Era él.



No hay comentarios:

Publicar un comentario